La Niña y el Globo
De: Maniobras a la Luz de un Tubo de Neón.
Relatos Mixtos.
Relatos Mixtos.
Jugando con su globo, una niña corre por una suave colina llena de pasto.
Sus ojos, grandes y claros como un jagüey, miran con alegría el círculo rojo recortado contra el azul purísimo del cielo.
Se detiene entre unos árboles, dejando que el viento y el canto de los pájaros la llenen de luz, mientras sigue pensando con el globo.
Feliz, imagina lo maravilloso que sería volar con él y ver otros paisajes desde el cielo, sentir el vacío abrirse a sus pies, desafiando la lógica de los adultos.
Aferrada al trozo de goma colorado, lo aprieta fuertemente; mientras, en su ser, un íntimo deseo de ser un globo fundido con aquél nace, incipiente y cándido en su mundo fantástico de niña.
Ahora ella le habla del cielo y de la tierra. Le dice que el arco iris está hecho de vidrio pintado; que el sol es una lámpara grande y redonda como él, aunque amarilla. Se satisface al entender que el silencio del globo le otorga la razón. Ensaya un beso, pero el globo no tiene mejillas, y su redondez absoluta no ofrece puntos de comparación.
Aún así, sonríe; y su sonrisa opaca el brillo del crepúsculo que quiere verlos entre los árboles. Es entonces cuando decide que ya es hora, que hay que irse de ese sitio mágico donde el ocaso se abre, espléndido, en un surtidor de colores.
Sus ojos, grandes y claros como un jagüey, miran con alegría el círculo rojo recortado contra el azul purísimo del cielo.
Se detiene entre unos árboles, dejando que el viento y el canto de los pájaros la llenen de luz, mientras sigue pensando con el globo.
Feliz, imagina lo maravilloso que sería volar con él y ver otros paisajes desde el cielo, sentir el vacío abrirse a sus pies, desafiando la lógica de los adultos.
Aferrada al trozo de goma colorado, lo aprieta fuertemente; mientras, en su ser, un íntimo deseo de ser un globo fundido con aquél nace, incipiente y cándido en su mundo fantástico de niña.
Ahora ella le habla del cielo y de la tierra. Le dice que el arco iris está hecho de vidrio pintado; que el sol es una lámpara grande y redonda como él, aunque amarilla. Se satisface al entender que el silencio del globo le otorga la razón. Ensaya un beso, pero el globo no tiene mejillas, y su redondez absoluta no ofrece puntos de comparación.
Aún así, sonríe; y su sonrisa opaca el brillo del crepúsculo que quiere verlos entre los árboles. Es entonces cuando decide que ya es hora, que hay que irse de ese sitio mágico donde el ocaso se abre, espléndido, en un surtidor de colores.
Mientras caminan, alejándose de nosotros, el disco del sol comienza a tocar el horizonte, perfilando las siluetas de ambos que, poco a poco, se levantan de la tierra; hasta que —con los últimos rayos de luz— la niña y el globo se vuelven sólo un punto entre las nubes rojizas y anaranjadas del atardecer.
San Juan, Puerto Rico, 1979
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