Monday, August 14, 2006

El Pájaro

De: Ese Sueño Urbano y Sucio que llamamos Vida.
Historias Urbanas.


Sabía que tarde o temprano pasaría esto.

Lo supo antes que el olor acre del hombre pusiera acentos innaturales a la paz del bosque, su hogar.

Ahora mismo, los monstruos de piel dura y amarilla herían la tierra, serraban los árboles aullando. No pudo menos que sentir una rabia profunda que erizaba sus plumas.

Salta de una rama a la otra buscando ubicarse mejor, siempre escondido entre las hojas, vigilando los movimientos de aquel rebaño de bestias que emiten sonidos extraños.

De un sólo impulso, buscó el cielo entre el verdor, elevándose hasta alturas nuevas a las que jamás pensó llegar, recibiendo el impacto del aire contra su pico.
Viró repentinamente, de una manera tan brusca, que sus alas crujieron por la tensión mientras ganaba más velocidad en la caída.

El ahora es el momento final.
Pelearía hasta la muerte.

El capataz de la obra sólo vio un relámpago marrón bajar silbante, segundos antes de transformarse en un desgarrón en la piel de su brazo.
El pájaro volvió a subir, escasamente cuarenta o cincuenta metros, para arremeter con más fuerza.

Uno de los obreros detectó su intención y disolvió aquel odio con un sólo golpe de pala certero.

Todos quisieron ver aquella cosa que se había vuelto loca.

Todos la contemplaron.

Ninguno dejó escapar una palabra mientras el pájaro moría —todo sangre y plumas— entre el humo y el crepitar de las máquinas.

Maracay, Venezuela, 1983.

Sunday, August 13, 2006

Hidra

De: Crónicas de Arlequín.
Vivencias

Soñaba...

En mis sueños, una hidra de diez cabezas —un animal sacado de quién sabe qué asociación freudiana— se comía a sí misma. Al mismo tiempo, mordía a un perro, a una guacamaya y a un cardenal que no soltó jamás la rosa roja que aferraba con su pata izquierda.

La hidra se retorcía de dolor, derribando una inmensa balanza de piedra.

El lugar: un polígono espantoso, cerrado, construido de triángulos de acero que calzaban entre sí, perfectamente. Dentro de él, una muchedumbre que observaba el espectáculo, apostando a ganador, gritando y abucheando con cada movimiento.

Me sentí perdido en ese pandemonio, en ese tumulto que tomó proporciones de bacanal cuando los fanáticos, que habían alzado pancartas gritando consignas incomprensibles, comenzaron a luchar entre ellos, sedientos de más y más sangre.

Fue cuando llegó el lagarto volador, con insignias brillantes colgando de su pecho camuflado. Percatándome del peligro corrí hasta la salida mientras el lagarto y la hidra, ya enfrascados en una lucha a muerte, cayeron sobre el gentío, destrozando o hiriendo a casi todos los presentes.

—Pero Usted no puede salir— me dijo un sujeto gris, —para hacerlo tiene que llenar una forma y se nos acabaron...—

Creo que el terror me despertó; a Dios gracias... Sólo un mal sueño... Estaba sudoroso y cansado. Ciertamente, había amanecido. Viendo si lograba algo de tranquilidad, busqué a tientas el control remoto del televisor, que se encendió con su chispazo azulado tan indiferente. De la nada voces conocidas llegaron antes que la imagen, discutiendo acaloradamente.

—Mmmm. Debate electoral...— pensé.

En ese momento pude intuir que mi pesadilla era mas real de lo que imaginaba.


Barquisimeto, Venezuela, 1982.
Nota: Diez años después de haber escrito esto, y ya trabajando como analista de comunicación política, tendría lugar el principio del fin de una época en lo que una vez llamé mi país, con una cadena de golpes de estado frustrados y una insurrección popular, que según cifras conservadoras, cobró la vida de más de 8.000 personas en conjunto. Estos sucesos estarían justificados por las penurias causadas al pueblo y en particular, a la clase media y la clase obrera gremializada, por la corrupción, desidia y desmanes de los gobernantes de la Nación soportados por una Administración Pública paternalista, hipertrofiada e insólitamente ineficaz. Sin embargo, y según estudios confiables -a los que no sólo tuve acceso, sino en los que participé activamente- la tasa de alfabetismo rondaba el 95% -casi que limitada por el analfabetismo funcional- y la prosecusión escolar en educación primaria a secundaria el 86%. Empezaba a notarse un aumento preocupante del sector informal de la economía y la percepción del ciudadano situaba como principal problema la inseguridad y el aumento de la delincuencia.
Diez años más tarde, y como subproducto de aquellos sucesos; los fallos de perspectiva de los grupos de presión mediática que produjeron, sin parar, matrices de opinión contradictorias, hasta llegar a extremos a veces estúpidamente paradójicos; y los errores sucesivos y descorazonadoramente predecibles de la oposición, los partidos políticos, tanto los de izquierda como los erróneamente llamados de derechas, estarían atomizados y con una capacidad casi nula de reagrupación y mucho menos de revitalización de sus cuadros; las personas -incluso dentro de la misma familia- divididas en dos bandos por ahora irreconciliables, suceso sin precedentes en la historia contemporánea de Venezuela; y una clase media prácticamente desaparecida en un insondable abismo simplificatorio: quienes tienen y quienes no; con un gobierno signado por lo que me sigue pareciendo, desde mi humilde punto de vista, no el principio de otra época, sino y todavía, un largo final para la misma: la era donde el Padre Urano se come a sus hijos. Ahora, y según cifras obviamente no oficiales,la tasa de alfabetismo ronda el 73% y la prosecusión escolar ha caído brutalmente hasta el 72%. El sector informal de la economía se ha vuelto un grupo de presión opinático y la inseguridad y el aumento de la delincuencia siguen ocupando la primera preocupación ciudadana, matizada por el aumento de la mortalidad en hechos violentos con base en acontecimientos delictivos, en un balance inquietantemente parecido a una guerra civil: más de 10.000 personas han muerto en éstos en los últimos 5 años (base 2005).
Salí de allí buscando una nueva vida a España, específicamente a Catalunya, que me ha acogido de tal manera que ahora es mi hogar y poco a poco se convierte en mi nuevo país. Sin embargo, salir de Venezuela no fue fácil: luego de muchos intentos y gracias a los contactos logrados en 20 años de trabajo en política, conocimiento de la Administración Pública y alguna que otra vuelta de tuerca invocando Leyes, pude lograr la renovación de un pasaporte que ya tenía 23 años vencido, pues al intentar solicitar la primera vez la renovación, la respuesta fue aterradoramente parecida a la frase central de esta historia, escrita 21 años antes, cuando era inconcebible un desenlace tal: para salir necesita un pasaporte nuevo, y... se nos han acabado...

La Araña

De: Crónicas de Arlequín.
Vivencias

No se si deba agradecerle el detalle.

Lo cierto es que casi llego a convencerme de que me ignora deliberadamente, de otra forma el regalo que construye tan pacientemente en mi ventana no tendría ni la más mínima gracia.

Estoy desde hace algo más de una hora en la misma posición —hoy es once de junio, para los que le interesen ese tipo de cosas— y estoy observándola detenidamente desde que me percaté de su intención:
Comenzó partiendo del centro. Trazó líneas precisas, sin vacilar. Por instantes tomaba un descanso en el cual evaluaba su creación, nerviosamente. Después le fue dando forma con giros circulares, pulsando uno a uno los puntos de unión, rectificando, estirando con cuidado minucioso las orillas, probando con sus patas aquí y allá.

Poco a poco surge una obra de arte ante mis ojos que forma un arabesco perfecto

—Una envidia mortal para cualquier orfebre— parece decir sin mirarme.

Aparentemente, todo ha concluido. Creo que puedo sentirme satisfecho de haber visto un espectáculo natural, que además de gratuito y poco común, dejó un obsequio en la esquina superior izquierda de mi ventana.

Estaba presto a incorporarme a mi vida rutinaria cuando la vi hacer un último hilo por el cual bajó, con una proeza digna de Weissmüller en sus buenos tiempos. Me acerqué aún más y cuando estuvo a la altura de mis ojos me miró, como buscando mi aprobación, de una forma tan humana que mi mente revolvió los recuerdos en pos de una imagen.

Fue entonces cuando vi, palpable y a través de los años, a mi bisabuela, sentada en su mecedora, tejiendo un mantel interminable, mirándome con su hermosa sonrisa sin dientes. Me di cuenta que en las dos había un algo similar: ambas me hacían partícipe de sus creaciones con la misma mirada sonriente, de picardía, de complicidad, de amorosas viejitas tejedoras.


Calabozo, Venezuela, 1986

Sola

De: Cuentos Insomnes.
Terror

Oyó venir las campanadas del reloj de la sala, mucho antes que el martillete golpeara el bronce.
Las sintió subir por la escalera, doblar en el recodo de la pared del segundo piso, pasar por la mesa donde hicieron vibrar la muñeca de porcelana y aplanarse lo suficiente como para escurrirse por debajo de la puerta de su cuarto y llegar a sus oídos. Estaba sola en la casa, entreteniendo la soledad en una tarea banal: moler minutos y desmembrarlos en segundos.

Contó los sonidos del reloj —uno, dos— miró al techo —tres, cuatro— corriente de aire frío —nueve, diez— ojalá amaneciera pronto —doce, trece. Dios mío, no puede ser...— No finalizaban los tañidos, parecían continuar monótonamente, aunque aumentaban imperceptiblemente su velocidad. Cada nota giraba en su mente, tratando de ocupar espacio vital en su cráneo, invitando a cada objeto de su habitación a pulsar en un compás obsesivo. Como el espejo, del cual brotó una fosforescencia verde. Como la cómoda, que se inclinó crujiendo contra el piso de madera. Como la cama, antes tan sólida y ahora desinflada por lo que parecía ser una pérdida de masa repentina. Fue entonces cuando supo que era tiempo de correr. Se incorporó de un salto tocando el parquet que se partió en mil pedazos como un cristal. Sin punto de apoyo cayó al vacío, golpeando el suelo en el piso inferior, varios metros más abajo, al pie del reloj que seguía repicando cada vez más disonantemente. Aturdida por el impacto, alcanzó a incorporarse entre gotas de un líquido negro y viscoso, como sangre a medio coagular, que brotaba de los rincones hasta ella. De allí, al fin, se levantó, buscando escapar hasta la cocina, donde todas las gavetas y anaqueles se abrieron para cerrarle el paso, disparando latas y cubiertos en direcciones increíbles. No había escapatoria, no podía gritar siquiera: un nudo de pánico aprisionaba su garganta. Escuchó una carcajada, un momento antes que cayera la primera centella, justo a medio metro de su cuerpo. Cuando la potente luz cesó, ya no estaba en su casa. Ahora corría despavorida por un bosque en tinieblas con árboles móviles que querían atraparla, desgarrando su vestido con las ramas que remataban en dedos esqueléticos y que terminaron por cercarla.

Quiso gritar una vez más, todo era inútil; más cuando vio aproximarse una legión de espantos, aparecidos y seres insólitamente deformes, sacados todos de sus más espantosos delirios; que, entre risas histéricas, se tomaron de las manos, haciendo una ronda en torno a ella para conjurar todos los demonios, en un aquelarre donde pidió morir si estaba viva o vivir si estaba muerta, estirando su temor más allá de lo humanamente soportable. De alguna manera, el grito tan ansiado surgió de las entrañas de la tierra, brotando por su boca. Todo explotó de una sola vez, sintiendo la tensión de su espalda dolorida, bañada en lágrimas, de nuevo en su cama, gritando todavía.

Quizá sólo habría sido una pesadilla, tal vez un mal sueño; nunca tuvo tiempo para saberlo. El silbido de los sapitos del jardín, el rasgar de los grillos taciturnos en la cortina y el rumor de las polillas insomnes en el piso, le recordaron los sonidos del macabro viaje a la profundidad de sus temores.

Poco a poco y cansada de tanto llorar, se quedó dormida, arrullada por otra campanada; serena, tranquila...

Y entró de nuevo a sus sueños, furtivamente, como un ladrón.

Pero su soledad era la misma, y seguiría acompañándola...

Barquisimeto, Venezuela, 1985

El Ser

De: Con los Ojos del Espacio.
Ciencia Ficción.
Se sentó a descansar, viendo su propia figura contrahecha deformarse aún más en el reflejo perturbado por las ondas de aquel estanque violáceo.
Suspiró. Fue un suspiro tan profundo que el eco rebotó varias veces contra la montaña de piedra, única elevación en la inmensidad sin límites de un horizonte plano.
Faltaba muy poco para terminar su tarea.
Después de haber viajado medio universo; después de haber descubierto rincones inverosímiles; después de ser un nómada sin tregua, víctima de su propio destino; pensaba que sería justo descansar —aunque fuese tan sólo un instante— de su misión, que como última parada lo arrojó a este planeta, ahora poblado por guijarros diminutos que se confundían en una alfombra pareja hasta más allá de la distancia, bajo el ardor abrasante de tres soles —uno rojo, uno azul y otro blanco, más pequeño— colgados al azar del cielo gris platino.
Mas; tendría que proseguir su trabajo, cumpliendo la etapa final de un itinerario de milenios.
Así, al levantarse, sintió el peso de todos sus siglos caer sobre su corrugada espalda, llena de alfileres de dolor; para luego contemplar con una postrera mirada indiferente la mole rocosa ante él.
Ya al pié de la montaña, tocó las piedras que la conformaban y gritó, con un aullido lastimero que hoy, eones después, sigue expandiéndose por todos los rincones del cosmos, desmoronando la montaña en fragmentos que se hicieron polvo.
Miró al horizonte. El sol más bajo, el azul, se estaba poniendo.

Todo había concluido. El ciclo había sido cerrado una vez más, y en esta ocasión para siempre.
La destrucción de otro planeta había sido todo un éxito.
Guadalupe, Antillas Francesas: 1979

La Sacerdotisa

De: Maniobras a la Luz de un Tubo de Neón.
Relatos Mixtos
Las gruesas columnas de mármol sostenían el techo del templo, que en medio de la noche y con sus teas encendidas, parecía estar suspendido en el aire, pese a su majestuosidad grandiosa.
La multitud efervescía allá, mas abajo, llenando la planicie en una masa compacta que no cesaba de murmurar; mientras, contemplaban un cielo sin estrellas, con un leve tono rojizo que presagiaba un acontecimiento singular.

Sonaron las trompetas de los ujieres y el tumulto calló de repente.
En medio del mortal silencio, una mujer salió de entre las columnas de la terraza superior. Su infinita belleza y su túnica, alba como su piel, no dejaron espacio a la duda.
Era Élla.
Se dirigió a la muchedumbre levantando un brazo, en tanto que todos —sin que faltase uno— se arrodillaron reverentes.

Comenzó a hablar con evidente consternación en su lenguaje milenario, casi musical, que parecía quedarse corto para tratar de explicar la fatalidad de un destino implacable. Al hacerlo, lágrimas corrían por sus mejillas de diosa y la multitud, atónita pero serena, la contemplaba con un silencio aún mayor.


Sintieron el primer temblor como un animal enfurecido que se desperezara bajo la tierra.

Con el alma en un hilo, pudo contar las causas de la terrible desgracia que borraría su reino de la faz del universo.

Un chasquido resonó por los rincones del firmamento y se vino abajo el monumento del Rey Sabio, su padre. Ya la resonancia insoportable del final no tendría pausa.

Aún así, cuando el templo comenzó a agrietarse, todos pudieron oír la despedida más digna de la historia humana, sus últimas palabras en mitad del cataclismo:

Hanna vihrsis, Athlantes...

Calabozo, Venezuela, 1980

La Niña y el Globo

De: Maniobras a la Luz de un Tubo de Neón.
Relatos Mixtos.

Jugando con su globo, una niña corre por una suave colina llena de pasto.

Sus ojos, grandes y claros como un jagüey, miran con alegría el círculo rojo recortado contra el azul purísimo del cielo.

Se detiene entre unos árboles, dejando que el viento y el canto de los pájaros la llenen de luz, mientras sigue pensando con el globo.

Feliz, imagina lo maravilloso que sería volar con él y ver otros paisajes desde el cielo, sentir el vacío abrirse a sus pies, desafiando la lógica de los adultos.

Aferrada al trozo de goma colorado, lo aprieta fuertemente; mientras, en su ser, un íntimo deseo de ser un globo fundido con aquél nace, incipiente y cándido en su mundo fantástico de niña.
Ahora ella le habla del cielo y de la tierra. Le dice que el arco iris está hecho de vidrio pintado; que el sol es una lámpara grande y redonda como él, aunque amarilla. Se satisface al entender que el silencio del globo le otorga la razón. Ensaya un beso, pero el globo no tiene mejillas, y su redondez absoluta no ofrece puntos de comparación.

Aún así, sonríe; y su sonrisa opaca el brillo del crepúsculo que quiere verlos entre los árboles. Es entonces cuando decide que ya es hora, que hay que irse de ese sitio mágico donde el ocaso se abre, espléndido, en un surtidor de colores.
Mientras caminan, alejándose de nosotros, el disco del sol comienza a tocar el horizonte, perfilando las siluetas de ambos que, poco a poco, se levantan de la tierra; hasta que —con los últimos rayos de luz— la niña y el globo se vuelven sólo un punto entre las nubes rojizas y anaranjadas del atardecer.

San Juan, Puerto Rico, 1979