La Araña
De: Crónicas de Arlequín.
Vivencias
Vivencias
No se si deba agradecerle el detalle.
Lo cierto es que casi llego a convencerme de que me ignora deliberadamente, de otra forma el regalo que construye tan pacientemente en mi ventana no tendría ni la más mínima gracia.
Estoy desde hace algo más de una hora en la misma posición —hoy es once de junio, para los que le interesen ese tipo de cosas— y estoy observándola detenidamente desde que me percaté de su intención:
Comenzó partiendo del centro. Trazó líneas precisas, sin vacilar. Por instantes tomaba un descanso en el cual evaluaba su creación, nerviosamente. Después le fue dando forma con giros circulares, pulsando uno a uno los puntos de unión, rectificando, estirando con cuidado minucioso las orillas, probando con sus patas aquí y allá.
Poco a poco surge una obra de arte ante mis ojos que forma un arabesco perfecto
—Una envidia mortal para cualquier orfebre— parece decir sin mirarme.
Aparentemente, todo ha concluido. Creo que puedo sentirme satisfecho de haber visto un espectáculo natural, que además de gratuito y poco común, dejó un obsequio en la esquina superior izquierda de mi ventana.
Estaba presto a incorporarme a mi vida rutinaria cuando la vi hacer un último hilo por el cual bajó, con una proeza digna de Weissmüller en sus buenos tiempos. Me acerqué aún más y cuando estuvo a la altura de mis ojos me miró, como buscando mi aprobación, de una forma tan humana que mi mente revolvió los recuerdos en pos de una imagen.
Fue entonces cuando vi, palpable y a través de los años, a mi bisabuela, sentada en su mecedora, tejiendo un mantel interminable, mirándome con su hermosa sonrisa sin dientes. Me di cuenta que en las dos había un algo similar: ambas me hacían partícipe de sus creaciones con la misma mirada sonriente, de picardía, de complicidad, de amorosas viejitas tejedoras.
Calabozo, Venezuela, 1986
0 Comments:
Post a Comment
<< Home